martes, 30 de noviembre de 2010

LA MUJER DESDE EL PUNTO DE VISTA ESPIRITUAL

FRATERNITAS ROSICRUCIANA ANTIQUA LA MUJER DESDE EL PUNTO DE VISTA ESPIRITUAL
Dr. Arnold Krumm Heller




La Naturaleza, dentro de cualquiera de sus manifestaciones, reserva
siempre un lado oculto, simbólico, espiritual, que dedica al hombre comprensivo, y esta parte velada de la Naturaleza misma, asequible tan solo para los que persiguen el Ultra de las cosas, puede tener una firme expresión por medio de la palabra, o de la escritura, al modo como refiere el historiador de un pasaje cualquiera de los anales que comenta. Pero nunca con tanta justeza, con tanta perfección, como la haría el poeta dentro de su lírica, o el pintor dentro de los matices que delinea su pincel.

Nuestros lectores en particular, más que los de otros países, han tenido la oportunidad y la ocasión de apreciar esta divina poesía manifestada en este sentido, pues estamos seguros que ningún otro pueblo, que no sea el español y los de la raza hispana, ha podido sentir más hondo el romanticismo del arte y alcanzar las más altas concepciones poéticas como herencia de una rara y prodigiosa estirpe.

Sin embargo, sabemos que son muy pocos los que se han dedicado a
interpretar las obras pictóricas, cuando en ellas hay tanto que estudiar y tantas verdades que descubrir. Hagamos, pues, un ensayo.

Tomemos en primer término a la Gioconda, la Mona Lisa de Leonardo de Vinci. Luego a la Virgen de Rafael y, finalmente, a la Piedad de Miguel Ángel.

Es éste un trío pictórico – verdaderas obras monumentales y maestras – donde se nos ofrece una síntesis de lo que debe ser la mujer desde el punto de vista espiritual.

Mona Lisa ha sido, es y será siempre, el Gran Enigma. Cuántos críticos la observan, deducen de su actitud bellezas distintas. Aquella expresión sutil, dulce y risueña. Aquél carácter misterioso y novelesco de mirada de esfinge. Aquella inquietud indefinida cual si nos dijera algo profundo, insondable, que solo un Iniciado podría escuchar. Aquello todo que en ella nos habla de ese gran enigma que encierra, enigma profundo que es la condición o cualidad innata del Alma de toda mujer, donde alienta un eterno misterio. ¿Qué nos dice?... Su divina sonrisa, ¿qué expresa? ¿Es de pena? ¿Es de alegría? ¿Es de inquietud? ¿Es de resignación, o es de desprecio? Nadie sabe lo que se oculta tras la histórica sonrisa de la Madonna de Leonardo de Vinci, como nadie sabe lo que se esconde tras el ama enigmática de la mujer.

Lo único que podemos deducir, lo que tan solo nos es dado reconocer, es que, tras esa manifestación externa, hay algo internamente encubierto, difícil de descifrar.

Así es la naturaleza en cualquiera de sus bellas sonrisas, invitándonos constantemente a que indaguemos en dónde radica ese Ultra alado y mágico que es la Clave de todo el misterio de la vida…

De aquí que la obra de Leonardo quiera representarnos el summum de todas las bellezas a través de cuya síntesis debe el hombre buscar el insondable y oculto mundo que le rodea.

Todavía nos preguntamos ¿Era la Gioconda una mujer? … Porque aún no sabemos si pudo ser un Ángel que atormentara el pensamiento místico del pintor, y pugnara por brotar de su cerebro tomando esa forma  divina.

Luego, tenemos la Virgen de Rafael. Ya en esta obra se nos muestra
más pródigo el artista y quiere como explicarnos algo de ese dulce Misterio.

Si en el primer cuadro se nos dio la conocer la mujer Virgen, pura y in mácula, de sonrisa de diosa, Rafael nos muestra ahora el Gran Problema de la Maternidad, con tanto acierto y tanta ternura psicológica que no se ha visto expresión más elocuente de una madre que la que dibuja en su rostro esa Madonna Sixtina.

Un velo cubre el pasado ya roto… La cara de la Virgen así lo expresa, y su mirada se pierde en ese vacío inmenso de las cosas pretéritas, mientras que se extasía en el presente. El presente es el hijo que tiene ante sus ojos, bello, radiante, lleno de promesas, en tanto que el niño extiende una mirada vaga hacia el porvenir, preñado de nieblas y de esperanzas remotas. Pasado, presente y porvenir: los tres enigmas del tiempo, vinculados en la carne.

Es este un bello símbolo, e invitamos a nuestros lectores a estudiar y conservar ese cuadro trascendente, que es de una enseñanza admirable.

¡Qué hondas, qué profundas son esas miradas, la de la Madre y la del Hijo, qué idénticas y, sin embargo, cuan distintas!

El Niño parece haber salido, recientemente, de la Placenta Divina.

A sus pies, dos Ángeles custodios, como representación de los dos Mundos, del Espiritual y del Material, sobre el que ambos caminan.

Angelus Silesius, todo un vidente, todo un iniciado, ha dicho: Yo debo ser una Virgen para producir y parir un Dios, pues solo de ese modo puedo tenerlo…

Qué inmensas y qué grandiosas son estas frases como símbolo. De ahí que debamos imitar a la Madre de Dios para que nos sea posible
concebir y producir un Dios dentro de nosotros.

La Maternidad es el Gran SI, la gran afirmación y, al mismo tiempo,
la confirmación de la vida.

María trae, cuidadosamente, al niño para educarlo. Esto simboliza que toda mujer es de por sí educadora, maestra, guía, debe enseñar cuanto tiene y lleva dentro de su alma, como una caricia bienhechora. Es ella, el  Eterno Femenino Gnóstico, que es, a su vez, la producción de Dios y de la Luz de la Vida.

Finalmente, tenemos a la Piedad de Miguel Ángel.

La Virgen recoge a su hijo muerto sobre el regazo. La muerte como sobra nefasta, pero como heroico tránsito, aparece envolviendo la vida. Así como la semilla cae sobre el sueño, sobre el regazo de la Madre Tierra, para fructificar, así Jesús desciende y cae sobre la Madre bendita para dar su fruto y comenzar un nuevo ciclo de un eterno y fecundo vivir. ¡No existe símbolo tan magnífico! Los dos Ángeles, a los pies de la Madre y del Hijo en la Sixtina de Rafael, están ahora sobre sus cabezas. Jesús ha sido vencedor y ha elevado a esos dos Ángeles, ha exaltado a esos dos mundos, pero ha pagado su heroísmo con la vida… El dolor de María en la Piedad,

tiene un tono de dulzura y de satisfacción, dulce tono del deber cumplido.

Los velos, cerrados casi en todos los primeros cuadros, se ven ahora
totalmente descorridos, pues el Cristo, el Logos Solar, tuvo al fin su excelsa manifestación.

Ese bello ternario de la Mujer Virgen, de la Mujer Madre y de la Madre prestando su regazo a la Muerte, pero en el cumplimiento tríptico del deber, es lo que nos han enseñado esos grandes pintores que fueron verdaderos iluminados dentro de su arte, y obtuvieron tan sagrada aspiración de ese mundo oculto, que por su inmanencia, es eterno y es divino.

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